Diálogo

4 de febrero 1993

Me busqué tanto en este mundo que, al no hallarme recurrí, al mar de tus silencios y te pregunté...


A ti me dirijo,

reina de los mares,

que iluminas sin luz

a estos cuerpos diminutos.


Esa mirada

que aviva las mareas,

que rompe corazones

y que conoce bien

nuestro azar futuro.


Sola, dueña de

la noche y

espía del día,

¿qué temes?

¿qué pena es la

que te aflige?


Qué decirte, amiga mía

de todo cuanto siento.

Orgullosa de un mundo que

luchó tanto por sobrevivir

ahora en mí, la soledad

me invade, me duele.

Mi ser padece,

se estremece, se resiente

por este próximo devenir.


Y en esta frontera de

ansiado horizonte,

las puertas se cierran,

los relojes se paran.

Veo miedo, dolor,

fuego y rencor,

mortales cenizas,

vestigios arruinados,

gritos ahogados,

seres condenados

a rezar como fantasmas

sin forma, sin materia,

sin sombra...Huérfanos.


Centinela de vuestras

causas y consecuencias,

te puedo hablar

de un vago recuerdo,

de una inútil historia

sin rumbo ni destino,

de un ir sin retorno.

De una triste sonrisa

que se anima

por un falso cantar.

De un oro que

ambiciona el poder,

traiciona la alegría,

la honradez, el valor,

el amor y el corazón.


Y nada vuelve,

la sangre no corre,

toda sed perece...


Yo soy la luna

desierta y envidiada,

espectadora del tiempo,

del fin, de la muerte,

de aquel algo

que quiso ser alguien

y solo es alguien el

que ama.


Yo soy el testigo

de la furia,

tormenta y castigo

de vuestro ego.

La musa de

vuestros sueños

y el anhelo

de los vivos.

La inspiración

para los sabios

y la víctima

para los falsos.


Yo soy un mundo

que no empieza ni acaba,

que ve, pero calla,

que llora, aunque sin alma,

pero que ayer fui algo,

y ahora soy alguien

porque...,

solo es alguien,

el que ama.

© 2021 Elisabet Mallol López
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